Soltar y Agradecer


Agradecer es la palabra que para mi da significado a las fiestas decembrinas. Desde muy pequeña, aprendí de mi pertenencia a una tribu, a la cual volvía cada diciembre para celebrar y compartir todo lo que había acontecido durante el año. Y así, siempre desde mi niñez, la casa de mis abuelos recibe a sus hijos y a sus familias. Hoy tres generaciones reunidas ahí año con año.

Más tarde, en mi adolescencia y gracias a mis hermanas y maestras espirituales, vendría a mi una gran enseñanza y tradición que adopté como muy personal, y que por supuesto, cambió mi vida, perspectiva y modo de recibir el "año nuevo": la fiesta de Yule, un ritual de celebración que corresponde al Solsticio de Invierno, la llegada de la noche más larga del año, la preparación para agradecer y para entrar en reposo co nesperanza. 

Así, año con año desde mi corazón me preparo a principios de diciembre para recibir este momento: decoro mis espacios personales en rojo, verde y blanco, compro velas especiales, flores, preparo mis saquitos de abundancia, recibo un masaje relajante y sobretodo, me dejo soltar y agradecer.  Por supuesto, me permito llorar, pero dirijo mi llanto hacia la valentía de todo lo hecho durante el año. Ya no me permito sentir carencias, ni nostalgia, pero sí un profundo amor y gratitud hacia todo lo recibido, dado y perdido.

Hace un diciembre, sin embargo, no tuve tiempo de reflexionar en torno al año que había acontecido, pues en ese entonces aún me estaba adaptando a la llegada de mi hijo prematuro a casa y a la idea de haberme convertido en mamá y esposa; así, veía muchas necesidades no cubiertas, me sentía abrumada y bastante confundida en torno a mi nuevo rol; por supuesto, sentía la enorme responsabilidad en mi espalda y el gran cansancio que las desveladas de la maternidad provee, quería huir. Puedo decir que fue un diciembre hermoso, pues lo celebré como nueva esposa y madre, sin embargo, fue de igual manera difícil, de crisis profunda.

Y a un año, mirándome en retrospectiva, percibo a la gran mujer que soy sobrevivir maravillosamente a su transformación: cambio de trabajo, de casa, de entidad, de estado civil, de ideas, de prioridades y de emociones. He sentido un trabajo personal con mayor consciencia interior, todo gracias a las pérdidas, que han sido muchísimas y que hoy sé, llegaron a mi vida para vaciar espacios y dejarlos libres para que nuevas cosas llegaran. 

Todo este bienestar ha sido fruto de la voluntad y el amor para ser feliz de manera permanente y hacer felices a mis dos amores: mi hijo y mi esposo. Hoy no me veo y no soy sin ellos. Son sus hermosos ojos, su presencia y sus voces lo que me mueve día a día. Bien me decía mi guía: la vida no te da nada que no necesites, siempre vive agradecida por eso, y has tu mayor esfuerzo por descubrir lo divino en la crisis. Y hoy, así es. 

Tal como el corazón del Yule avisa: se reposa y agradece, esperando que las semillas plantadas en las entrañas de la tierra fría nazcan con el sol invicto. Hoy por hoy, ya estoy plantando mis semillas para el año que entra, con profundo agradecimiento y amor.











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