Hablar de Prematuridad...



"Un bebé prematuro es aquel que nace antes de las 37 semanas de gestación, es un bebé que nace inmaduro. Hay prematuros que nacen entre las 35 y 37 semanas se consideran moderadamente prematuros, si nacen entre las 30 y 34 semanas se consideran muy prematuros, si nacen entre las 26 y 29 semanas y tienen un peso alrededor de 750 a 1600 gramos se les llama prematuros extremos, y si nace antes de la semana 26 y pesa menos de 750 gramos, se les llama microprematuros" ...Palabras más, palabras menos, esta fue la explicación que nos dio la pediatra que atendería a mi hijo, ya fuera de la UCIN.

Mi hijo nació a las 29 semanas de gestación, pesó 1410 gramos y midió poco más de 30cm: un prematuro extremo o un gran prematuro; además, al nacer tuvo un derrame cerebral grado 3 (hay hasta 4 grados) que terminó en leucomalacia periventricular, ictericia, infección de pulmón y poco antes de darlo de alta le tuvieron que hacer una segunda transfusión, además de detenerlo una semana más en el hospital ante la probabilidad de haber desarrollado enterocolitis necrotizante. El panorama para él era muy desolador de acuerdo a los neonatólogos y especialistas, todos me decían que mi hijo necesitaría cuidados extremos, y que no me asustara ante la idea de tener un bebé con parálisis cerebral, entre otros padecimientos.

Al saber yo esto, como mamá, comencé a sentirme muy culpable. De inmediato me di cuenta de que "algo" estaba roto y necesitaba urgentemente dar con la sustancia que lo uniría de nuevo. Sin embargo, estaba muy perdida y confundida en el bullicio, entre las voces de las enfermeras, de los doctores, de las trabajadoras sociales, de mi madre, de mi familia, de mis amistades, de mi pareja, incluso de aquellos que sólo juzgaban. Muy mal hecho, ahora lo sé. Sin embargo, hubo una mujer muy en intimidad con la maternidad que me dijo y no se cansó de repetirme: escúchate solamente a ti y a tu hijo, a nadie más. Y así comencé a hacerlo.

En la segunda hospitalización que tuvimos, decidí darme el tiempo para escuchar en silencio lo que él quería decir, con cada llanto, con cada recaída, con cada ausencia de sueño, con cada nueva transfusión... Además, tuve la buena estrella de que mi madre me regalara el libro de Laura Rincón Gallardo "El abrazo que lleva al amor", y entre espacios de comida y cuidados lo leía, con minuciosa  inteligencia, con un cariño muy decidido. También me daba tiempo para escribir, y mientras me bañaba me permitía llorar, incansablemente. Todo el tiempo lucía yo triste y con los ojos hinchados. En verdad me dolía en lo profundo saber a mi hijo entre la vida y la muerte, sobretodo cuando todo debería ser llegada a la vida.

Así, cuando nos vimos en casa de nuevo, decidí ya no alarmarme ante cualquier situación extraña, decidí confiar en nuestro amor, vincularme con él y llevarlo conmigo todo el tiempo. Compré un fular, y resolví no escuchar a las que me decían "lo vas a embracilar, lo vas a hacer chillón, también ponle límites", etc. En mi corazón sabía que mi hijo necesitaba de mi tanto como yo de él, que necesitábamos fundirnos y reconocernos... y reponer todo el tiempo que no habíamos tenido juntos. Así que no me importó nada de lo que oía en el exterior, y continué escuchándonos, solamente a él y a mi. 

Y así, mes con mes fuera de la UCIN y al cuidado de mamá (porque papá debió ir a trabajar todo el día para pagar las enormes cuentas que necesita para disiparse la prematuridad), mi hijo empezó a dar señales de mejoría: su peso comenzó a incrementar, sus pruebas daban resultados alentadores, no se presentaban problemas de estómago o pulmones y su desarrollo psicomotor parecía ir bien. Nos estábamos reponiendo. Así, hasta llegar a los 13 meses, edad en que decidimos dejar de ver a la pediatra especialista para optar por métodos homeopáticos y naturales.

El cuidado físico ha ido siempre de la mano del cuidado emocional, y no sólo para mi hijo, si no para con nosotros dos como pareja y padres de él. Creo firmemente que toda enfermedad o padecimiento responde siempre a una crisis emocional o a un momento personal difícil. El cuerpo es tan sabio que habla lo que el corazón no dice. Y metafísicamente somos un todo que responde al todo. No hay más. El cuerpo físico sano es un gran trabajo del cuerpo emocional.  

Contrario a lo que he visto en muchas mamás, mi crisis y duelo fueron extremos ante la prematuridad de mi hijo, todo lo viví en honda sensibilidad y dolor. Para mi significó bajar al inframundo como la Demeter que va en busca de su cría. Lloré todos los días, sufrí, padecí y no había poder que me tranquilizara, sin embargo, esto no me enorgullece, y no lo cuento a modo de acto de constricción. Más bien, lo hago visible porque caigo en cuenta que la maternidad es un tema difícil en mi vida y en la historia de las mujeres de mis familias.

Y hablo de la prematuridad, le agradezco y la honro, porque sé que fue ella la que me permitió volverme una mujer más consciente y más abierta al amor, en su belleza y en su fragilidad. Por que hoy sé que gracias a la prematuridad de mi hijo, pude saber de qué está hecha la fortaleza, y que gracias a ella en nnuestras vidas aprendí que aún la huella más pequeña cuenta ya una GRAN HISTORIA.



2 comentarios:

  1. Sin duda la lucha de los prematuros extremos y de los padres es de las más duras que conozco, se pone a prueba de una manera muy fuerte los lazos que nos unen, como pareja y como madre e hijo; como familia. Celebro que hayan salido victoriosos. Un abrazo.

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  2. Aunque en cierta parte diferentes, (toda historia de praturo es distintamente especial) me veo reflejada en tu historia, yo apenas llevo 19 días recorriendo el mundo de ser mamá prematura, y es difícil pero me ha dado momentos tan especiales... espero, confiando en Dios que todo saldrá bien y que Gabriel pueda estar con nosotros en casa sano y salvo!!!

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