Sanar el vínculo con Mamá...



Distante estrella es este amor, 
que a nuestro hogar es buen conductor.

Cuando la maternidad llegó a mi vida, como una Caja de Pandora, se abrió para dar paso a esos aparentes "males" que llegan con las bendiciones de un nuevo estado físico, emocional y espiritual. Poco a poco, a partir de distintas situaciones y palabras, mi maternidad se abrió en mí para dar paso a las maternidades de las mujeres en mis linajes. Con mi ser madre, devino la reflexión del tipo de maternaje que había recibido por parte de mi madre, y a su vez,  el que ella había recibido de mi abuela; comencé entonces a mirar y a sentir las ausencias y las heridas en nuestros vínculos: en mi vínculo. 

Es así para muchas mujeres: la maternidad nos abre a las maternidades de nuestros linajes, y nos permite ver la relación que hemos tenido con nuestra propia madre. Es aquí cuando muchas de nosotras comenzamos a mirar alguna herida, algún vínculo roto, alguna ausencia. Y me atrevo a decir que otras tantas, llegamos a sentir una terrible orfandad. 

Muchas de nosotras hemos crecido con madres ausentes o enfermas, en lo físico, en lo emocional o en lo espiritual; muchas nos hemos sentido abandonadas, retadas, insuficientes ante los ojos de mamá. Algunas, recordamos haber recibido de ella unos cuantos abrazos y muchos regaños o desaprobaciones; o recordamos palabras dolorosas con las que ella nos describía, por "no ser" lo que se esperaba de nosotras

Incluso, ahora, en nuestra adultez, es posible que sigamos buscando diariamente con nuestros actos y "logros" la aprobación de mamá, una aprobación que tarda en llegar, que parece llegar, pero que nunca llega y sólo nos hace enfurecernos más con nosotras mismas, y frustrarnos por no bastar los muchos roles que intentamos cumplir para sacar siquiera una leve sonrisa del rostro de mamá. 



Pues bien, este llamado que parece individual, que parece sucedernos sólo a nosotras y a nadie más, en realidad es una oportunidad colectiva para sanar el vínculo con la madre: con lo femenino. Esto que nos sucede en la intimidad a muchas mujeres es una gran coincidencia de tiempo y espacio para reparar aquello que parecía haberse roto, y comenzar a percibirlo desde otro lado, con una mirada más nítida, más amorosa. Porque resulta que hemos crecido en sociedades huérfanas, en sistemas patriarcales donde la mujer ha tenido un lugar secundario, de subordinación,  donde no se la ha permitido vivir en plenitud y desde sus dones. De esas sociedades también vienen nuestras madres, nuestras abuelas y bisabuelas, sí, la vida no la han tenido fácil. 

Mirar amorosamente la historia de nuestras madres puede ser el primer paso para resonar con ellas en empatía e integrar un poco de nuestra historia individual y colectiva. Mirar su infancia, saber del lugar donde vivió, con quiénes y cómo lo habitó, saber de sus padres, de sus hermanos, de sus anhelos de niña, de los sueños que creyó rotos en su adultez, nos puede regalar una percepción diferente de esa persona a quien nos enganchamos y a quien nombramos con insistencia como para darle total identidad con la palabra "mamá"

Permitir -con el corazón- que nuestra madre se quite el título de "madre" y se conceda el vivirse solamente como mujer, no sólo la libera a ella, si no a nosotras, pues así podemos permitirnos ser nuestra propia mamá, para nutrirnos, abrazarnos y guiarnos en completa libertad. Cuando limpiamos el espejo que somos nosotras se limpia también el espejo de la madre enjuiciadora, castrante y dañina, que muchas hemos visto en nuestra mamá, y que incluso, hemos perpetrado. 



Cuando mi hijo cumplió dos años soñé con un bosque en el que mi madre y yo bailábamos en un círculo de mujeres. El totem al centro era una Gran Osa. La celebración era única y todas nos mirábamos iguales. En el sueño mi madre tenía mi edad. Cuando el fuego se acrecentaba, ella se acercaba a mí y me decía "permíteme ser una mujer más". Fue entonces que entendí que poco a poco me había construido una cárcel y le había puesto el nombre de "mamá", y la había hecho responsable de mis necesidades no satisfechas y de mi falta de valentía. Por el bien de ambas, decidí trabajar conmigo misma para dejarla libre. Y así fue.

Debo confesar que hasta hace unos meses y después de un año de proceso -con ayuda de mi guía- solté de corazón mi historia con mi madre, tal y como yo la conocía y la había creído. ¡Y fue tan liberador! Sólo entonces me permití ser mi propia madre y tomar una madre mayor: la Madre Tierra. 

Desde entonces, agradezco más y profundamente a mi madre el haberme dado la vida, hermoso regalo que me ha permitido andar el mundo, recoger experiencias, tener un compañero y disfrutar la sonrisa de mi hijo, y más, y más, y más. Soltar nuestra historia me ha permitido comenzar a escribir la historia de mi maternidad desde ningún referente y en plena libertad, eligiendo lo que mi corazón me dice, sin buscar la aprobación de nadie, sin ceder mi poder, sin poner pesadas lozas sobre mi madre. 

Por supuesto, este camino sigue, y sanar nuestro vínculo es aún una tarea que me permito hacer cada vez que nos miramos, cada vez que hablamos, cada vez que tomamos decisiones para las dos. 

Hoy sé que sanar el vínculo con nuestra madre es un camino intenso, tan intenso como la maternidad misma. También sé que el proceso  puede tomar días, meses y años; integrar pieza por pieza hasta integrarlo todo no es tarea fácil, pero es un camino repleto de aprendizaje, lleno de amor, tolerancia y comprensión. Sanarlo individualmente enriquece la sanación colectiva, la integración de todos los vínculos que nos llevan a la experiencia de ser nutrido y nutrir. 

Si hoy éste es tu llamado, bienvenida al camino, al camino del corazón que desea recordar su doble latido (que conocimos en el vientre materno), sin expectativa, libre de condicionamiento, del corazón al corazón, donde mamá es el hogar y el hogar somos nosotras...





















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