Nuestro continuum o de como me volví una mamá emprendedora.




Cuando Aldebarán nació prematuramente, debí tomar la decisión de salir a trabajar (pues cuando él salía del hospital, llegaba mi momento oficial de regresar al trabajo) o renunciar y quedarme en casa con él, disponible para él todo el tiempo. Con todo el corazón opté por lo segundo.

Y debo confesar que lo hice, porque sentí una gran necesidad en mi de estar cerca de mi hijo, como una especie de necesidad de "completarlo". Sin saberlo, poco a poco fui dando paso a nuestro continuum, y digo nuestro porque yo también necesitaba "completarme" como mamá.

En un principio resultó un poco difícil, pues mi madre y mis tías me decían que lo dejara llorar en su cuna, que no lo cargara tanto, que no lo trajera todo el día conmigo. Sin embargo, yo lo veía tan pequeño (pesaba solo 2kg), que no hacía más que enojarme con ellas y hacer lo que mi corazón me dictaba. Y así andaba yo, todo el día en la casa, pendiente de sus necesidades, llevándolo conmigo siempre en mi rol de madre-cangura. 

En algunos momentos me preguntaba ¿Cuándo volverá todo a la normalidad?... Es decir, esperaba que en algún momento las necesidades de mi hijo fueran menos y pudiera yo tener más tiempo para mí, para la lectura, para la escritura y para salir con mi esposo como antes. ¡Plop! Esa "normalidad" nunca más llegaría. 

Me sentía partida en dos. Una parte de mi deseaba volver a la vida pasada, y otra parte de mi, se daba cuenta que esto no era posible, pues mi corazón había tomado la forma y cuerpo de mi hijo. Sin embargo, a pesar de mis luchas internas, que fueron muchas, nunca me separé de mi crío. 

A sus ocho meses, decidí comenzar a trabajar para una consultora, y decidí hacerlo porque mi jefe me permitía llevarlo conmigo a la oficina. Así comenzamos otra aventura juntos. Diariamente nos levantábamos temprano, nos bañábamos y nos íbamos a trabajar. Todo iba bien, siempre y cuando estuviéramos en la oficina; pues pronto me dí cuenta que en conferencias, reuniones ejecutivas o comidas de negocios, mi hijo no era bienvenido... y por tanto, tampoco lo era yo.

"Es que, ¿cuando has visto que los bebés se pueden llevar al trabajo?, eso no es ejecutivo" -Me decían.

En efecto, me di cuenta que faltaba muy poco -mi hijo comenzaba a gatear, para que esa utopía de llevarlo conmigo al trabajo terminara. 

Fue entonces cuando decidí ya no salir a trabajar. 

Y así, durante seis meses, mi esposo se quedó con toda la carga de manutención, trabajando ocho horas diarias, descansando sólo fines de semana. Yo le dije que tenía muchas ideas en mente, que me esperara, y que me permitiera dejarlas madurar. Entretanto me permitía reflexionar en torno a mi maternidad y a esa normalidad que nunca regresaría. 

Agradezco mucho la oportunidad que me brindó, pues sin ese tiempo y su ausencia no me hubiera dado cuenta de tantas cosas, ni hubiera abrazado mi maternidad de esta manera tan maravillosa. 

Luego de ese tiempo a solas con mi hijo y conmigo, me di cuenta que no podría volver a trabajar como lo hacía y en los lugares que solía hacerlo, pues no podía llevar conmigo a mi hijo que ya caminaba y corría por todos lados,  y tampoco estábamos listos para una guardería o comunidad de niños. 

Esa necesidad, de no separarnos nunca, nos llevó a mi esposo y a mi a considerar el riesgo de sostener la vida desde una forma distinta. Ambos deseábamos con todo el corazón estar cerca de nuestro hijo las 24 horas, que nos sintiera cerca y disponibles para él. Y aunque para todo mundo fue una locura, para nosotros resultó la gran posibilidad.

Decidimos entonces comenzar a trabajar desde casa, y montar una pequeña empresa. 

Con una honda alegría puedo decir que llevo un año nueve meses sin apartar la mirada de mi hijo, y que luego de esa terrible separación de un mes, en la que mi pequeño estuvo en el hospital, no nos hemos vuelto a separar nunca. 

Somos una familia de tres a todos lados que vamos. Dormimos juntos, comemos juntos, caminamos juntos, vamos juntos al supermercado, al parque, al banco, a la oficina, a las instancias gubernamentales, al aeropuerto, a la casa de bolsa y a la firma de documentos importantes.

Somos un papá y una mamá, a quienes el continuum, ha cambiado la vida.

Soy una mamá que lleva su corazón a la espalda.

¿Y qué puedo decir de mi hijo? ¡Es maravilloso! Alegre, seguro, con muchas habilidades e inteligencia desarrolladas. Hoy sé que escuchar a mi instinto y dejarme sentir todo este apego, ha sido la mejor forma de sostener nuestras vidas. 










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