Soy muy
honesta: yo aprendí muy bien a funcionar en el mundo patriarcal. Siempre que
exploraba los arquetipos femeninos caía en cuenta que me identificaba muy bien
con la diosa griega Atenea, hija del padre, poderosa desde lo masculino. Y en
la vida cotidiana aprendí muy bien a ser esa hija del padre, del patriarcado, a
funcionar a través de no escucharme, a ser estratega, a obtener un puesto
patriarcal entre los patriarcas, a luchar desde la separación; lo hice acaso
como una forma de supervivencia, y tal vez para vivir esa polaridad divina de
estar bien implantada en lo masculino para después encontrarme en colisión con
lo femenino, y mirar amorosamente más allá del escudo (de ese escudo que porta
Atenea)… hacia esa imagen de la Gorgona, de la mujer sabia, que vuelve piedra
al patriarcado, que lo deja sin armas ante su intuitivo ojo.
Para mí el
tiempo de ir más allá del escudo me
llegó con la maternidad (...)
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